LA DESPEDIDA DE HÉCTOR Y ANDRÓMACA
Despedida de Héctor y Andrómaca de Chirico Ilíada VI, 392 y ss. |
Homero sitúa esta escena en el canto VI, esto es, en el final del primer cuarto de la Ilíada. Falta aún mucho para que Héctor muera a manos de Aquiles (canto XXII). Sin embargo, Andrómaca parece presentir su muerte y sus sirvientas tienen plena consciencia de que no va a volver del combate. Así que cuando Héctor se aleja, el lector siente como si hubiera visto a su mujer por última vez, tiene la seguridad de que va a morir y eso añade a todo lo que hace en los cantos siguientes un especial dramatismo.
407 «¡Desgraciado! Tu valor te perderá. No te apiadas del tierno infante ni de mí, infortunada, que pronto seré viuda; pues los aqueos te acometerán todos a una y acabarán contigo. Preferible sería que, al perderte, la tierra me tragara, porque si mueres no habrá consuelo para mí, sino pesares; que ya no tengo padre ni venerable madre. A mi padre matóle el divino Aquiles cuando tomó la populosa ciudad de los cilicios, Tebas, la de altas puertas: dio muerte á Eetión, y sin despojarle, por el religioso temor que le entró en el ánimo, quemó el cadáver con las labradas armas y le erigió un túmulo, a cuyo alrededor plantaron álamos las ninfas Oréades, hijas de Júpiter, que lleva la égida. Mis siete hermanos, que habitaban en el palacio, descendieron al Orco el mismo día; pues a todos los mató el divino Aquiles, el de los pies ligeros, entre los bueyes de tornátiles patas y las cándidas ovejas. A mi madre, que reinaba al pie del selvoso Placo, trájola aquel con el botín y la puso en libertad por un inmenso rescate; pero Diana, que se complace en tirar flechas, hirióla en el palacio de mi padre. Héctor, ahora tú eres mi padre, mi venerable madre y mi hermano; tú, mi floreciente esposo. Pues, ea, sé compasivo, quédate en la torre—¡no hagas a un niño huérfano y a una mujer viuda!—y pon el ejército junto al cabrahigo, que por allí la ciudad es accesible y el muro más fácil de escalar. Los más valientes—los dos Áyax, el célebre Idomeneo, los Atridas y el fuerte hijo de Tideo con los suyos respectivos—ya por tres veces se han encaminado á aquel sitio para intentar el asalto: alguien que conoce los oráculos se lo indicó, o su mismo arrojo los impele y anima.»
440 Contestó el gran Héctor, de tremolante casco: «Todo esto me preocupa, mujer, pero mucho me sonrojaría ante los troyanos y las troyanas de rozagantes peplos, si como un cobarde huyera del combate; y tampoco mi corazón me incita a ello, que siempre supe ser valiente y pelear en primera fila, manteniendo la inmensa gloria de mi padre y de mí mismo. Bien lo conoce mi inteligencia y lo presiente mi corazón: día vendrá en que perezcan la sagrada Ilión, Príamo y su pueblo armado con lanzas de fresno. Pero la futura desgracia de los troyanos, de la misma Hécuba, del rey Príamo y de muchos de mis valientes hermanos que caerán en el polvo a manos de los enemigos, no me importa tanto como la que padecerás tú cuando alguno de los aqueos, de broncíneas lorigas, se te lleve llorosa, privándote de libertad, y luego tejas tela en Argos, a las órdenes de otra mujer, o vayas por agua a la fuente Meseida ó Hiperea, muy contrariada porque la dura necesidad pesará sobre ti. Y quizás alguien exclame, al verte deshecha en lágrimas: Esta fue la esposa de Héctor, el guerrero que más se señalaba entre los teucros, domadores de caballos, cuando en torno de Ilión peleaban. Así dirán, y sentirás un nuevo pesar al verte sin el hombre que pudiera librarte de la esclavitud. Pero que un montón de tierra cubra mi cadáver, antes que oiga tus clamores ó presencie tu rapto.»
466 Así diciendo, el esclarecido Héctor tendió los brazos a su hijo, y este se recostó, gritando, en el seno de la nodriza de bella cintura, por el terror que el aspecto de su padre le causaba: dábanle miedo el bronce y el terrible penacho de crines de caballo, que veía ondear en lo alto del yelmo. Sonriéronse el padre amoroso y la veneranda madre. Héctor se apresuró á dejar el refulgente casco en el suelo, besó y meció en sus manos al hijo amado, y rogó así á Júpiter y á los demás dioses:
476 «¡Júpiter y demás dioses! Concededme que este hijo mío sea, como yo, ilustre entre los teucros y muy esforzado; que reine poderosamente en Ilión; que digan de él cuando vuelva de la batalla: ¡es mucho más valiente que su padre!; y que, cargado de cruentos despojos del enemigo á quien haya muerto, regocije de su madre el alma.»
482 Esto dicho, puso el niño en brazos de la esposa amada, que al recibirlo en el perfumado seno sonreía con el rostro todavía bañado en lágrimas. Notólo Héctor y compadecido, acaricióla con la mano y así le habló:
486 «¡Esposa querida! No en demasía tu corazón se acongoje, que nadie me enviará al Orco antes de lo dispuesto por el hado; y de su suerte ningún hombre, sea cobarde ó valiente, puede librarse una vez nacido. Vuelve á casa, ocúpate en las labores del telar y la rueca, y ordena á las esclavas que se apliquen al trabajo; y de la guerra nos cuidaremos cuantos varones nacimos en Ilión, y yo el primero.»
494 Dichas estas palabras, el preclaro Héctor se puso el yelmo adornado con crines de caballo, y la esposa amada regresó á su casa, volviendo la cabeza de cuando en cuando y vertiendo copiosas lágrimas. Pronto llegó Andrómaca al palacio, lleno de gente, de Héctor, matador de hombres; halló en él á muchas esclavas, y á todas las movió á lágrimas. Lloraban en el palacio á Héctor vivo aún, porque no esperaban que volviera del combate librándose del valor y de las manos de los aqueos.
Crátera de figuras rojas |
COMENTARIO
En el terrible ambiente de combate que es propio de la Ilíada, la escena de Héctor y Andrómaca sirve para introducir otro punto de vista distinto del de los héroes: el de las mujeres, víctimas indirectas del conflicto, que quedan viudas o pierden a sus hijos en el combate. Frente a la moral heroica propia de los nobles que se ven obligados por una especie de compromiso de honor a destacar en el combate, Andrómaca muestra una moral más pacífica, más práctica. El combatiente muerto no solo lo pierde todo, sino que somete a su familia al dolor y al abandono. Por ello Andrómaca le pide a Héctor que se sitúe en un punto menos arriesgado, desde donde puede defender la ciudad sin exponerse tanto a morir. Héctor es consciente de que no puede hacerlo, porque su código de honor lo obliga a mostrarse siempre en las primeras filas. Y manifiesta su esperanza de que su hijo se comporte como él, esto es, como una sociedad guerrera espera que haga un aristócrata.
Pese a todo, Héctor muestra rasgos más modernos que otros héroes de la Ilíada. Mientras los demás tienen un ideal guerrero estrictamente personal, según el cual deben mostrarse más valerosos no solo por su propio prestigio, Héctor tiene un concepto civil, colectivo de su valor. Su propio nombre, Héctor, significa en griego algo así como "el protector" y el de su hijo, Astianacte, "defensor de la ciudad" corresponde como suele ocurrir entre los griegos, a rasgos propios de su padre. Cuando Héctor se justifica ante su esposa, señala que le daría vergüenza faltar a su deber ante la ciudad.
Además, Héctor manifiesta otros registros en su comportamiento. Y así en la escena doméstica que acabamos de leer se muestra como un esposo sensible y como un padre cariñoso, lejos del salvajismo característico de otros héroes como Áyax.
Con ello Homero trasciende lo que sería un puro relato de batallas para mostrarnos el trasfondo de uno de sus héroes, un hombre como otros, amante de su esposa y de su hijo, que teme la situación en que pueden quedar después de su muerte, pero que tiene contraído un compromiso con su ciudad que lo obliga a asumir esos riesgos y a poner en juego su vida en la vanguardia del combate.
Fuente: Manual de Griego Grammata I de la editorial Akal a cargo de Alberto Bernabé, José Francisco Gonzáles Castro y Francisco Javier Pérez (2002)
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