SÉNECA SOBRE EL RUIDO

CARTAS A LUCILIO (56)



Ningún ruido puede impedir al sabio estudiar. Así me muera, si el silencio es tan necesario como parece al hombre retirado con sus estudios. Veme aquí envuelto de un griterío abigarrado: habito encima de unos baños. Figúrate entonces todas las clases de gritos que pueden repugnar a los oídos: cuando los atletas más fuertes hacen ejercicios bracean con las manos cargadas de plomo, cuando se fatigan o hacen el fatigado, oigo gemidos; cada vez que expulsan el aliento contenido, oigo silbidos y respiraciones atormentadas; cuando me encuentro con un chico perezoso que se limita a untar a la plebe, siento los golpes de la mano encima de las espaldas, que hace un ruido diferente, según que pegue la palma o con el hueco de la misma. Y si se añade un jugador de pelota y se pone a contar los puntos, ya la has fastidiado. Añádele aún el busca-razones , y el ladrón sorprendido en el delito, y el cantador que encuentra que su voz dentro del baño es mejor; añádele aquellos que saltan a la piscina con gran estruendo de agua removida Fuera de estos, los cuales, por lo menos, sacan la voz natural, figúrate el depilador, que hace con frecuencia una voz delgada y estridente, para hacerse notar, y que no calla nunca, excepto cuando depila unos sobacos, y en lugar de él, llama a otro; figúrate aún el pastelero, y el salchichero, el confitero, y todos los proveedores de tabernas que venden mercancías con su cantinela característica. Bien debes ser, me dirás, de hierro o sordo, si el espíritu te rige entre gritos tan diferentes y desentonantes, cuando los saludos demasiado seguidos hacían casi morir a nuestro CrisipoPero yo, por Hércules, hago tanto caso de este jaleo como del oleaje o de la lluvia, y he oído decir que una cierta nación cambió de lugar su ciudad solo porque no podía sufrir el ruido del Nilo en cascada. Creo que la voz humana distrae más que el murmullo de la multitud, porque aquella reclama atención del espíritu, mientras que el murmullo no llena ni hiere más que a los oídos. Entre los ruidos que suenan alrededor mío sin distraerme, pongo al de los carros que pasan por la calle, y al mecánico de la planta baja de mi casa, y el serrador vecino, y aquél otro que cerca de la Metam Sudantem ensaya las trompetas y las flautas, y más que cantar, exclama. Por otro lado, los sonidos con intermitencias me molestan más que los continuos. Pero me he endurecido ya de tal manera para todas estas impresiones, que incluso puedo resistir al marcador macando la marcha a los remadores con voz estridente. Obligo al espíritu estar atento a sí mismo, sin distraerse con las cosas externas, ni que fuera de mí todo resuene, solo adentro no haya ningún tumulto, solamente luchen el temor y la inquietud, solo la avaricia y la lujuria no se movilicen, ni se maldigan la una a la otra. Porque ¿de qué sirve el silencio de alrededor, si las pasiones actúen? Todo en la noche era plácido, todo tranquilamente reposabaEsto es falso: no hay ningún reposo tranquilo, sino el que la razón ordena la noche reporta molestia al contrario de quitarla, la noche cambia los afanes. Pues también los sueños de los durmientes son tan turbulentos como los días: verdadera tranquilidad es aquella en que se extiende la buena conciencia. Mira a aquel hombre que llama al sueño con el silencia de su amplia morada: todo el conjunto de sus sirvientes guarda silencio para que ningún rumor irrite sus oídos; no se acercan sino caminando de puntitas; y no menos, se gira de un lado al otro, intentando un sueño primero entre sus malestares; sin oír nada, se queja de haber oído ruido. ¿Cuál crees que es la causa? Es su alma la que hace ruido, ella habría de apagarse; es su revuelta que haría falta reprimir; no porque el cuerpo se acueste, has de creer que el alma esté tranquila- A menudo es inquieta la quietud; por eso hace falta que nos excitemos para la acción y nos ocupemos en el estudio de las artes nobles, siempre que nos ataca la pereza, insoportable a ella misma. Los grandes generales, cuando ven que el soldado obedece de mala gana, le encargan algún trabajo y lo ocupan en expediciones: los atareados no tienen descanso para divertirse, pues no hay nada tan cierto como que los vicios del ocio se expulsan con la actividad. Muchas veces podría parecer que es el enojo de los asuntos públicos y el disgusto de un oficio penoso y desagradable lo que nos ha hecho buscar el retiro, pero en aquel escondite donde nos ha lanzado el temor y el cansancio, de tanto en tanto la ambición reaparece. Pues ella no cesa por cansancio, sino por fatiga, y hasta por irritación del mal éxito en los negociosIgual diré de los excesos, el cual a veces parece haber cedido, pero después vuelve a tentar en plena profesión de la templanza, y en medio de la abstinencia reclama las voluntades que habían sido dejadas, no condenadas, tanto más violentamente, como más oculta. Pues todos los vicios declarados son leves, y las enfermedades tienden a la curación cuando explotan a fuera y sacan su veneno. Ten, pues, por más perniciosa la avaricia y la ambición y todas las enfermedades del alma humana, cuando se ocultan bajo una salud fingida. Parecen desasistidos de asuntos, y no lo son. Pues si son hombres de buena fe y hemos cantado la señal del reproche, si hemos menospreciado las cosas atractivas, como decía ahora mismo, nada nos distraerá, ningún canto de hombres ni de pájaros interrumpirá nuestros pensamientos, llenos de solidez y de certeza. Es ligero aún y no se ha retirado del todo dentro de él, aquel carácter que levanta la cabeza a gritos de los hombres y a los golpes del azar. El lleva una angustia dentro y un poco atemorizante que lo convierte en miedoso, como dice nuestro Virgilio que en cada momento ningún golpe me conmovía, si de cerca los batallones espesos de griegos, ahora me atemoriza cualquier soplo, cualquier sonido me inquieta lleno de angustia y temor, igualmente que por el compañero y por la carga. Lo primero es el estado de aquél sabio al que no aterrorizan los golpes en el aire, ni los batallones espesos entrechocando las armas, ni el alboroto de una ciudad asaltada, hace aterrorizar a cualquier temeroso, que se deprime por cualquier voz, que para él es un derrumbamiento, que se le asustan los movimientos más ligeros y su misma carga le hace temer. Cualquiera que elijas de estos entregados a las delicias que mueven y llevan encima tantas cosas, los verás, temeroso por el compañero y por la carga Podrás estar seguro de haber conseguido la calma, cuando no te afectará ningún griterío, cuando ningún grito te transmutará a ti mismo. Tanto si te acaricia, como si te amenaza, como tampoco si te acecha en la oreja con ruidos vanos y discordes. ¿Pues, qué? ¿Alguna vez no será más cómodo de estar libre de todo tumulto? Y convengo: y es por eso que yo me marcharé de este lugar. Intenté probarme y excitarme. ¿Qué necesidad hay de torturarse más tiempo, si Ulises encontró fácilmente para sus compañeros el remedio incluso contra las sirenas?  

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